lunes, 2 de noviembre de 2009

Año Cero (I)


Desde hacía algún tiempo, a Pedro le costaba conciliar el sueño. Aquella noche no era distinta. Por más vueltas que daba en su cama, no conseguía olvidar, si quiera comprender, lo que esa tarde había sucedido, y en general todo lo que en su vida estaba cambiando repentinamente.

Desde hacía poco tiempo, su vida era otra. Desde aquel día en el puerto, el hombre que se encontró había cambiado su vida y la de sus compañeros.

Aquel galileo de tez morena, pelo algo encrespado y barba descuidada, no muy alto, con las manos trabajadas más que la edad que aparentaba, como si de un carpintero se tratara, y con unos ojos negros, que más que por el color, llamaban la atención por su mirada. Era una mirada cariñosa, directa, que desprendía amor a todo el que se cruzara con ella. Una mirada que, unida a sus palabras, te envolvían como en una nube, como en un sueño, un proyecto que ilusionaba y que contado por él parecía tan fácil, pero que en verdad, era tan difícil…

Y en esa nube se encontraba Pedro aquella noche. En su cabeza se cruzaban varios sentimientos. A su lado se sentía feliz, junto a él era capaz de corroborar todas las afirmaciones que él les hacía, y sentía dentro de sí una fuerza, un amor que le lanzaba a la tarea, a la realización de ese sueño que le contaba con tanta pasión: querían ayudar, querían transformar aquella sociedad carcomida por el poder, por el odio y por la mala utilización del nombre de Dios. Querían anunciar verdaderamente a Dios. Quería ayudar a aquel nazareno a gritar a viva voz su mensaje: su anuncio de amor y de transformación para todos.

Pero a la misma vez, Pedro veía cómo todos sus esquemas se iban al traste. Todo lo que durante tantos años había realizado con tanto mimo, con tanto cuidado, ahora parecía carecer de sentido. Aquella barca, heredada de su padre, que tantos y tantos días le había servido para dar de comer a su familia, llevaba días amarrada y sólo era utilizada cuando él se lo pedía. Y es que casi todo el día lo pasaban juntos, hablando y pensando en el futuro. Pero algo debería hacer: o definitivamente lo dejaba todo y lo seguía o, finalmente, olvidaba todo como si de un sueño se tratara…

No necesitó mucho tiempo para pensarlo. Se le vino a la cabeza su mirada, como si se le apareciese y le decía: “¿Es que no me vas a acompañar en esta tarea Pedro? Yo no puedo hacerlo solo, necesito de ti, pero sobre todo ellos necesitan de ti. ¿Es que no piensas estar conmigo? Pedro, yo cuento contigo. Ahora y siempre. ”

Aquella noche, por fin, Pedro pudo dormir, con una elección clara que marcaba su vida.

3 comentarios:

Carlos Martín dijo...

Me alegro de verte otra vez por aquí

Unknown dijo...

se sale

aaa dijo...
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