miércoles, 13 de mayo de 2009

Silencio


Hace unos cuatro años, descubrí el silencio. Silencio no como momento frío y ausente de comunicación; sino ese silencio en el que todo está dicho, ese momento en que la palabra queda eclipsada por la mirada, por la sonrisa, por el abrazo. En este momento, los corazones son los que verdaderamente hablan y se abren de par en par al otro. Aquí no hay frialdad, hay silencio envuelto en amor. Silencio en una cama, silencio en un atardecer, silencio en una iglesia, silencio y amor.

Hoy reinterpreto el silencio con otro significado bien distinto. Creo que valoro en demasía la labor de la palabra, la importancia del diálogo, y si cabe, la capacidad del interlocutor por escuchar. Y es que como dice el refranero popular, no hay más sordo que aquel que no quiere oír.

Hoy comienzo a admirar con cierta envidia y cierta comprensión a tantas personas que son capaces de permanecer calladas. Hoy pienso que quizá su silencio no sea omisión ni sea mirar hacia otro lado. Hoy opino que quizá su labor sea callada, pero mucho más activa y útil que la de aquel que se empecina en convencer por la palabra o la teoría y sólo acaba amargado por haber luchado a contracorriente, por no haber sabido transmitir aquello en lo que tanto creía. Quizá debiera haberlo practicado más y teorizado menos. Quizá en este mundo de hoy no haya que gastar tantos esfuerzos en hablar y depositarlos mejor en actuar.

Hoy duermo con el firme propósito de aprender de este silencio crítico, de comenzar a actuar calladamente. Mañana no sé quién se levantará.